
Paso En Falso
Cada 24 de diciembre, las ciudades se convierten en escenarios de luces y explosiones, una práctica que, para muchos, simboliza celebración y alegría. Sin embargo, tras esa fachada de diversión, el 25 las redes sociales se llenan de historias desgarradoras: mascotas que, aterradas por los estallidos, destruyen puertas, se hieren al atravesar vidrios o simplemente huyen sin rumbo, muchas veces para no volver. Es difícil conciliar la idea de que algo considerado recreativo para nosotros provoque tal nivel de sufrimiento en otros seres vivos.
La pirotecnia no solo afecta a los animales. Las personas con trastornos del espectro autista, adultos mayores o quienes padecen estrés postraumático también son víctimas de esta supuesta diversión. Ignorar estas realidades equivale a elegir la comodidad del entretenimiento momentáneo por encima de la empatía y la convivencia armoniosa con quienes comparten este mundo con nosotros. ¿En qué momento dejamos que la celebración se convirtiera en sinónimo de daño?
Lo más irónico es que las alternativas están al alcance. Espectáculos de luces sin ruido, veladas de convivencia o incluso prácticas más reflexivas que celebren el espíritu de las fechas no solo son posibles, sino necesarias. Pero, para adoptarlas, es fundamental hacer un acto de conciencia colectiva. La tradición nunca debería ser excusa para perpetuar actos que hieren a otros.
La verdadera celebración debería ser inclusiva, una que invite a todos los seres vivos, humanos y no humanos, a coexistir en paz. Este Año Nuevo, elijamos un cambio. Que el ruido de los cohetes no sea más fuerte que el llamado de la empatía. Porque si realmente deseamos festejar, debemos empezar por aprender a cuidar.