
Redacción / Quintana Roo Ahora
Cancún.- Una escena que debería ser inusual se ha vuelto cotidiana: la naturaleza buscando recuperar los espacios que alguna vez le pertenecieron. La noche del martes, un cocodrilo intentó ingresar a un área de mangle en el Malecón Tajamar, pero se encontró con una malla de alambre que le bloqueó el paso. El reptil, con la insistencia propia de los seres que siguen su instinto, trató de escalar la barrera en varias ocasiones, sin éxito. Eventualmente, desistió y se deslizó por la banqueta, perdiéndose en la oscuridad.
Este episodio no es un hecho aislado. La fauna, desplazada por el crecimiento urbano, se ve obligada a deambular por espacios que solían ser su hábitat. El Malecón Tajamar es un claro ejemplo de cómo la intervención humana ha modificado la dinámica natural de los ecosistemas. Lo que antes era un refugio de vida silvestre, hoy es un área restringida por rejas y concreto, dejando a los cocodrilos y demás especies con menos opciones para desplazarse.
La reacción de los ciudadanos que alertaron a las autoridades muestra la preocupación —y, en algunos casos, el temor— que genera el avistamiento de estos animales en espacios urbanos. Sin embargo, es necesario recordar que los invasores no son ellos, sino nosotros. Las barreras metálicas y el pavimento no detendrán por siempre el reclamo de la naturaleza. La fauna seguirá buscando su lugar, porque simplemente es suyo.
El cocodrilo de Tajamar, cuya ubicación actual se desconoce, nos deja un mensaje claro: no hay barrera artificial que detenga la necesidad de un ecosistema de mantenerse vivo. La pregunta es si la ciudad está dispuesta a coexistir con su entorno o seguirá empeñada en expulsarlo.