
Redacción/Quintana Roo Ahora
CANCÚN.- Cada año, el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, a espaldas de El Crucero, se convierte en escenario de una de las expresiones más sentidas del Viernes Santo: El viacrucis viviente.
Cientos de fieles se congregan en silencio, orando, cantando y acompañando con el alma la Pasión de Cristo. Para muchos, es una tradiciónar, para otros, como Mario Poot Abonce, fue un antes y un después.
Tenía apenas 22 años cuando decidió representar a JesúsN, no fue una decisión impulsiva, sino una promesa que había guardado desde niño, cuando por primera vez presenció un viacrucis.
“Me prometí que algún día yo también lo haría”, recordaba con la mirada suave pero firme, como quien sabe que cumplió una misión.

Espinas que traspasan la piel… y el alma
Mario no escatimó entrega, los latigazos que recibió fueron reales, su espalda terminó marcada, la corona de espinas no era un adorno simbólico, pues algunos se clavaron en su cabeza.
El dolor más profundo no vino de ahí, sino del peso constante y silencioso de la cruz. “Lo que más me dolía, incluso días después, era el hombro”, comentó.
Durante el recorrido, afirmó que puso su mente en blanco, pues solo pensaba en que el mensaje llegara con la meditación de cada estación.
Un llanto que aún resuena
La escena más impactante no fue el castigo, ni la cruz, ni los clavos simbólicos, fue la mirada y la aflicción de una niña que observaba la última estación, frente al sepulcro, ahí estaba la pequeña quien lloraba desconsolada, en su inocencia creía que Mario había muerto de verdad.
“Tuve que acercarme y explicarle le dije que estaba bien, que era una representación, pero en sus ojos vi lo real que fue para ella”.
Más que un personaje
Tras esa experiencia, Mario dejó de ser Mario, en su parroquia por mucho tiempo lo seguían llamando “Jesús”. Y aunque ese apodo le sacaba una sonrisa, también le recordaba la responsabilidad de haber tocado, aunque fuera por un momento, el corazón de tantas personas, pero sobre todo el de los niños.
A 14 años de aquel viacrucis, no descarta volver a hacerlo. “Sí, estaría dispuesto. Sobre todo por la preparación espiritual que implica. Es algo que transforma”.
«Nadie es digno de representar a Jesús»
Lo más difícil de representar a Jesús fue el tratar de ponerse en sus zapatos, un desafío que iba más allá de la interpretación física.
Mario confesó que lo que más le costó fue sentir que no era digno de asumir ese papel.
«Nadie es verdaderamente digno de representar a Jesús», explicó con humildad.
Esa reflexión lo hizo dudar de sí mismo, cuestionándose si realmente merecía cargar con esa cruz, tanto literal como simbólicamente. Esa sensación de insuficiencia, ese temor de no ser lo suficientemente capaz de transmitir lo que la figura de Jesús representa, lo acompañó durante toda la experiencia. Pero a la vez, fue esa misma lucha interna la que lo conectó más profundamente con el acto de representar a Cristo: un recordatorio de la grandeza de su sacrificio y del amor incondicional que no pide nada a cambio.
Su consejo para quienes hoy tomen la cruz es simple y profundo: “No es una obra de teatro. No basta con memorizar. Hay que vivirlo con fe. Prepárense, porque no se trata solo de ustedes, sino de lo que esa figura representa para todos los que la ven”.
