
Paso En Falso
En Quintana Roo, el paraíso que presume playas de postal y turistas felices, se oculta un infierno que no aparece en las postales: el de las desapariciones. No es sólo una cifra más. Son 205 historias truncadas en apenas dos meses, en 2025, especialmente en Cancún y Playa del Carmen, un incremento del 35.9% comparado con el 2024. Personas que dejaron de contestar el teléfono, mujeres que no volvieron de la tienda, adolescentes que salieron a la escuela y ya no regresaron. ¿Y el gobierno? Emitiendo comunicados que suenan más a excusas que a estrategias. Aparentemente, en este estado la desaparición se ha vuelto tan común como el sargazo.
El caso de Francisca Mariner, -una de las noticias que cerró el 2024-, hija de una madre buscadora incansable, revela lo profundo del abandono institucional. Cuatro años muerta en un Semefo sin identificar. ¿Qué más se necesita para aceptar que la justicia en Quintana Roo es una promesa sin fecha de entrega? ¿Cuántos rostros más en pancartas antes de que el Estado actúe con la urgencia que sí aplica para construir desarrollos turísticos o enviar patrullas a cuidar conciertos de reguetón? Porque lo cierto es que las mujeres siguen desapareciendo, y muchas no están en las estadísticas porque el miedo, el machismo y la revictimización siguen dictando las reglas del juego.
La narrativa oficial habla de inversión en tecnología y protocolos de búsqueda, pero los colectivos como Siempre Unidas o Verdad, Memoria y Justicia nos cuentan otra historia: la de madres que se convierten en investigadoras, forenses y activistas porque el Estado ha preferido mirar hacia la zona hotelera que hacia las zonas marginadas donde ocurre esta tragedia diaria. Mientras el Congreso local duerme el sueño de los justos con iniciativas guardadas en cajones, la cifra real de desaparecidos —que supera a la oficial— se multiplica en silencio. No se trata sólo de cifras: se trata de vidas, de familias rotas, de una sociedad que ha normalizado la ausencia.
En Cancún, el silencio es cómplice. El silencio de las instituciones, el silencio de los medios dominados por intereses turísticos, y también el de una ciudadanía que se ha acostumbrado a mirar hacia otro lado. Si no exigimos, si no nos incomodamos, si no convertimos la playa en protesta cuando sea necesario, seguiremos viendo fichas de búsqueda como parte del paisaje. Y eso, en una democracia que se presume transformadora, es simplemente inaceptable. Porque el sol no brilla igual cuando hay tantas sombras sin nombre en la tierra.