
Paso En Falso
A simple vista, los números podrían engañar. La ocupación hotelera en Quintana Roo durante el primer cuatrimestre de 2025, según datos de la Sectur, se mantiene alta —alrededor del 80% en destinos como Cancún y Riviera Maya—, y los aeropuertos aún reciben cientos de miles de turistas nacionales e internacionales. Pero detrás del telón del éxito turístico, los restauranteros —revela la Canirac— viven una realidad mucho más amarga: la caída en el consumo dentro de los establecimientos gastronómicos ha sido tan profunda que algunos reportan hasta un 90% menos afluencia respecto al mismo periodo de 2024. La ocupación de mesas apenas alcanza el 60% y los comensales locales —antes clientes frecuentes— han reducido sus visitas de cuatro veces por semana a apenas una o dos.
¿Qué está pasando en una de las joyas turísticas de México? El problema no es la falta de visitantes, sino el cambio en sus hábitos de consumo. Según datos nacionales, el gasto promedio por turista ha disminuido: en lo que va del 2025 ha sido de 416 dólares, una baja del 10.2% respecto al año anterior. Y aunque los turistas internacionales gastaron más en promedio (598 dólares), su presencia también es menor y más cauta. Sumado a esto, factores como el aumento de la oferta hotelera —más de 2 mil nuevas habitaciones en Cancún y Riviera Maya— y una conectividad aérea debilitada (170 vuelos internacionales menos en Semana Santa) han pulverizado el poder de convocatoria que tenía la industria restaurantera.
Esta tormenta perfecta ocurre en un contexto de inflación contenida pero aún latente en alimentos y servicios, lo que ha elevado los costos operativos. Los restaurantes se ven obligados a innovar, lanzar promociones, menús para niños, madres y maestros, e incluso alianzas comunitarias, pero eso apenas basta para flotar. Mientras la Canirac lanza alertas sobre una posible recesión técnica en el segundo trimestre, los grandes consorcios sobreviven a fuerza de músculo financiero; los pequeños y medianos negocios, en cambio, ven cómo cada día se sientan menos clientes en sus mesas.
La economía turística no puede medirse sólo en cuartos ocupados o selfies en la playa. Un restaurante vacío en temporada alta es una señal de alerta más potente que cualquier estadística maquillada. El turismo debe traducirse en bienestar para quienes sostienen la experiencia: meseros, cocineros, proveedores locales. Hoy, el modelo parece más preocupado por mantener apariencias que por garantizar sostenibilidad. La pregunta no es si seguirán viniendo turistas, sino si los destinos podrán ofrecer algo más que una postal: una economía verdaderamente viva, justa y circular.