septiembre 28, 2025

Redacción / Quintana Roo Ahora

CHETUMAL.- El sur del estado amaneció este sábado sumergido en una realidad que se veía venir pero a la que, como suele ocurrir, nadie hizo caso. Las intensas lluvias provocadas por la Onda Tropical No. 7 desbordaron no solo los cuerpos de agua, sino también la paciencia de comunidades que, entre lodo, silencio institucional y pérdidas materiales, intentan salvar lo que queda de sus hogares y de su dignidad.

Los municipios de Bacalar y Othón P. Blanco han sido los más golpeados. Allí, donde la tierra se mezcla con el agua y los caminos desaparecen bajo el nivel creciente, más de 300 personas fueron evacuadas preventivamente en localidades como Pucté y Álvaro Obregón. La emergencia obligó a activar refugios temporales, pero el agua avanza más rápido que la ayuda oficial.

En Ucum, la gente ya no pide, exige ser escuchada. El puente del poblado está en riesgo de colapsar, y con él, toda la comunidad. La corriente no solo amenaza con arrasar viviendas, también arrastra la memoria de años de abandono y omisión. La gente sabe que si el río habla, lo hará con furia.

Más al sur, en comunidades como Javier Rojo Gómez, Orange Walk y la franja ribereña del Río Hondo, la situación es igual o peor. Las pérdidas en cultivos, animales y bienes de uso diario no son solo cifras: son el pan que ya no llegará a muchas mesas. Son niños sacados en brazos en la madrugada, ancianos con el agua a la cintura, madres que miran impotentes cómo su casa se convierte en un islote.

El Ejército y la Guardia Nacional han comenzado a aplicar el Plan DN-III, pero lo hacen en un mapa marcado por la urgencia y la desigualdad. Mientras algunas comunidades reciben ayuda, otras simplemente no existen en los radares del gobierno.

En Chetumal, la capital del estado, la ciudad también colapsó. Las avenidas más importantes—Comonfort, Juárez, Justo Sierra, Ernesto Villanueva, Naranjal—fueron cerradas por acumulación de agua. Incluso el servicio de recolección de basura fue suspendido por la contingencia, en una escena que refleja cómo todo se detiene cuando la naturaleza cobra facturas atrasadas.

Hasta ahora, las autoridades no han informado con precisión el nivel de afectaciones. Prometen hacerlo cuando el cielo dé tregua. Pero para muchas familias, el desastre ya es irreversible.

Mientras tanto, la pregunta flota en el aire como una lancha sin remo: ¿cuánto más debe llover para que se escuchen las voces de quienes viven más cerca del agua… y más lejos del poder?

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