
Paso En Falso
Ayer fuimos testigos de un espectáculo triste: la elección del Poder Judicial en México, promovida como una fiesta de la democracia participativa, terminó siendo más bien un funeral cívico. Sólo el 11.1345% de la población acudió a las urnas para elegir a jueces, juezas, magistrados y magistradas, revela el INE. Dicho de otro modo: 9 de cada 10 mexicanas y mexicanos decidieron no jugar ese juego, no porque no les importe la justicia, sino porque el proceso no les habló, no les inspiró confianza, ni les pareció legítimo. Un mensaje contundente que las élites políticas prefieren ignorar.
Sin embargo, la presidenta de México tuvo la audacia de declarar que este ejercicio fue un «éxito total» y que México es “el país más democrático del mundo”. Una afirmación que, francamente, raya en la fantasía. ¿Desde cuándo ignorar al 89% de la población se considera un triunfo democrático? ¿O será que la democracia ya no se mide por participación ciudadana, sino por la cantidad de poder que se concentra desde el Ejecutivo?
Lo preocupante no es sólo el fracaso del experimento, sino la narrativa triunfalista que pretende maquillar lo evidente: el pueblo no se sintió convocado ni representado. En vez de hacer una autocrítica profunda, el gobierno opta por celebrar un espejismo. El riesgo de esta postura es enorme: si se normaliza la indiferencia ciudadana como éxito político, se abre la puerta a un autoritarismo disfrazado de democracia popular. Y eso, históricamente, nos ha costado muy caro.
Urge que los nuevos liderazgos entiendan que no se puede imponer participación desde arriba, ni domesticar al Poder Judicial con discursos de regeneración. La justicia no se construye a punta de encuestas ni elecciones vacías. Se construye con instituciones sólidas, respeto a la división de poderes y, sobre todo, con una ciudadanía informada, crítica y con ganas de ser parte. Ayer, esa ciudadanía habló… y eligió no votar. ¿Quién se atreve de verdad a escucharla?