junio 22, 2025

Paso En Falso

En la que se ha vendido como una jornada histórica —la primera elección judicial en México— lo que se esconde es una tragicomedia institucional que raya en la distopía. Según datos del INE, tras el conteo, apenas el 12.9% del padrón votó… y la clase política en el poder lo celebró como un “éxito”. ¿Éxito de qué? ¿De la simulación? ¿Del marketing político que transforma la apatía en aplauso? Se llenan la boca con palabras como “participación ciudadana”, cuando lo que tuvimos fue un despropósito monumental disfrazado de democracia: millones de personas que no sabían cómo votar, que usaron acordeones de papel arroz u obleas comestibles para eludir la ley, y que debieron escanear códigos QR para comprobar que habían cumplido la voluntad del partido en el poder. No fue un acto cívico; fue una coreografía mal ensayada, supervisada por el ojo vigilante del poder.

Lo más alarmante no es sólo la baja participación, sino el desastre técnico, ético y simbólico del proceso: boletas incomprensibles, cientos de nombres sin rostro, sin trayectoria clara, sin propuestas. Un menú extenso de candidatos anónimos que más parecía catálogo de nombres en sorteo que una oferta seria de impartidores de justicia. Y como si eso no fuera suficiente, el 22% de los votos fueron nulos o imposibles de interpretar. El mensaje no podría ser más contundente: la gente no entiende, no confía y, en el fondo, no quiere jugar este juego donde las reglas las escribe quien ya ganó antes de empezar.

Y sin embargo, entre los escombros de esta parodia democrática, asoma una figura que merece atención: Hugo Aguilar Ortiz. Licenciado y maestro en Derecho por la UABJO, de origen mixteco y con una trayectoria en derechos indígenas desde el INPI, podría convertirse en presidente de la Corte. En él hay una esperanza silenciosa, un contraste entre la chapucería del proceso y la dignidad de su historia personal. Aprendió a sembrar antes que a redactar demandas. Ese detalle biográfico puede parecer romántico, pero en un país donde el poder judicial ha sido, durante décadas, un coto de élites blancas y desconectadas de la realidad, su llegada sería una anomalía digna de celebrarse… si logra actuar con independencia.

Porque al final, esta elección no fue una conquista ciudadana, sino un ensayo más del proyecto que ideó Andrés Manuel López Obrador antes de dejar el cargo: un sistema de justicia votado, pero no entendido; democrático en apariencia, pero vigilado en secreto; participativo en el papel, pero impotente en la práctica. No basta con decir que el pueblo eligió si el pueblo no sabe ni qué demonios está eligiendo. Así, entre papeles de arroz, votos comestibles y QRs de la vergüenza, México hizo historia… pero más bien, de la que se estudia en los capítulos tristes de los libros de derecho.

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