
Redacción / Quintana Roo Ahora
Cancún.- Otra vida perdida. Otro joven que entró caminando al hospital y jamás salió con vida. Esta vez fue en el IMSS de la Región 510 en Cancún, donde un joven de apenas 22 años murió entre la negligencia, el silencio, la opacidad… y la indolencia de quienes supuestamente juraron salvar vidas.
El pasado 3 de junio, este muchacho ingresó por su propio pie al nosocomio. No llegó desmayado, no llegó inconsciente. Caminó. Dio sus datos. Lo sentaron en Emergencias durante toda la noche como si su tiempo y su vida no valieran nada. Sin cama, sin monitoreo, sin atención. Cuando pedía ir al baño, se iba solo. ¿Dónde estaban los médicos? ¿Dónde estaba la urgencia?
Los familiares narran un horror disfrazado de protocolo: sedaciones no autorizadas, intentos de intubación sin consentimiento, personal que no se identifica, expedientes escondidos, y un área de Urgencias donde nadie —absolutamente nadie— responde con humanidad. Lo que ocurrió ahí no fue un accidente, fue una cadena de omisiones, decisiones irresponsables y cobardía médica.
El 5 de junio, el joven mostraba signos de mejoría. Abría los ojos, movía la mano. Pero bastó un cambio de turno para que todo se viniera abajo. Una doctora anónima y una enfermera que tampoco se identificó lo atendieron, ocurrió una baja súbita de presión, y después… nada. Ni un intento de RCP, ni una acción de emergencia, solo una frase lapidaria: “ya no hay nada que hacer”. Así, sin más. Como si fuera una máquina descompuesta que se desecha.
La familia exige justicia. Y con razón. Porque cuando mueres por enfermedad es trágico, pero cuando mueres por negligencia, es indignante. Cuando no hay expediente, no hay nombres, no hay transparencia, estamos ante una institución que se niega a rendir cuentas. Que sigue operando en la sombra, donde el silencio protege al incompetente.
¿Cuántos más? ¿Cuántos jóvenes tienen que morir para que se exijan responsabilidades dentro del IMSS? ¿Cuántos expedientes más tienen que desaparecer para que alguien diga “esto no está bien”?
A las autoridades, a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, a la sociedad entera: esto no puede seguir pasando. No se puede permitir que hospitales públicos funcionen como fosas lentas. Hoy fue este joven de 22 años. Mañana puede ser tu hermano, tu padre, tu hijo. Y si no exigimos justicia ahora, su muerte será solo una más en la larga lista de víctimas que nunca debieron morir.