
Redacción / Quintana Roo Ahora
Quintana Roo.- Bacalar, el municipio que alguna vez fue símbolo de prosperidad turística y hogar de la emblemática laguna de los siete colores, se ha convertido en un territorio marcado por la violencia y el miedo. Bajo casi una década de administración de José Alfredo Contreras Castillo, habitantes de comunidades como Melchor Ocampo denuncian vivir una realidad donde la delincuencia organizada impone sus propias reglas.
Madres de familia señalaron que sus hijos adolescentes están siendo secuestrados y reclutados por grupos criminales, sin que las autoridades intervengan. Zuilma Canché, madre buscadora que ya sufrió el secuestro de su hija, afirmó que los poblados del sur del estado, desde Felipe Carrillo Puerto hasta Othón P. Blanco, viven como “pueblos sin ley”.
“Después de las ocho de la noche nadie puede salir, es como si hubiera toque de queda”, relató.
De acuerdo con su testimonio, niñas de entre 14 y 16 años son raptadas, mientras que los jóvenes desaparecen y reaparecen días después armados y uniformados, formando parte de los grupos delictivos.
Pese a haber solicitado apoyo del fiscal estatal, Raciel López Salazar, las autoridades no logran intervenir eficazmente, pues los propios agentes reconocen que se trata de una “zona caliente”. Los pobladores temen denunciar por represalias, conscientes de que una vez que los fiscales se retiran, los delincuentes regresan a cobrar venganza.
Roberto Dzul, campesino de la zona, compartió que un trabajador suyo vio cómo se llevaban a su hijo en una camioneta, sin que pudiera hacer nada. Otros vecinos narraron cómo jóvenes lograron escapar escondiéndose entre la maleza, mientras eran perseguidos por hombres armados a bordo de un vehículo blanco.
El terror ha llegado a tal punto que los pobladores recuerdan una balacera ocurrida en junio del año pasado, donde días después observaron un camión con manos humanas colgando de la lona que cubría su carga.
Los habitantes de Melchor Ocampo aseguran que lo que está en disputa son pistas aéreas clandestinas utilizadas por el crimen organizado, y que la violencia no sólo se mantiene, sino que se recrudece con cada cambio de grupo dominante.
Entre la belleza natural y el silencio impuesto por el miedo, Bacalar se ha transformado en un paraíso sitiado, donde las familias ya no piensan en turismo ni desarrollo, sino en sobrevivir un día más.