octubre 13, 2025

Paso En Falso

En política, hay errores que se entienden, y otros que solo se explican con soberbia o desconexión. Lo que ocurre hoy en Tulum con la campaña del “acceso libre a playas” es una joya de torpeza comunicativa digna de análisis. El presidente municipal, Diego Castañón —o quizás su entusiasta equipo de comunicación— ha decidido promover una serie de videos donde, con tono triunfal, se anuncia que cualquiera puede disfrutar de las playas sin pagar un solo peso… siempre y cuando no lleve sombrilla, comida o bebida. Es decir, acceso libre, pero condicionado. Gratis, pero no tanto. Un logro empaquetado en contradicción, una política pública disfrazada de concesión.

El mensaje, que en teoría debería reforzar la idea de que las playas son de todos, termina recordándonos que el mar sigue siendo libre, pero la arena está en renta. Los videos parecen más un catálogo de establecimientos que una campaña institucional: imágenes de restaurantes, camastros perfectamente alineados y meseros sonrientes listos para cobrarte la “experiencia Tulum”. Si el objetivo era comunicar inclusión y derecho público, el resultado huele más a promoción privada. A simple vista, parece que el municipio confundió comunicación social con publirrelaciones comerciales.

Y aquí es donde surge la duda: ¿se trata de ingenuidad o de complicidad? Porque si el presidente municipal realmente cree que con estos mensajes está ganando puntos, alguien debería decirle que está dinamitando su propia narrativa. Nadie puede vender justicia social con la voz temblorosa de un spot turístico. En Tulum, donde la gentrificación ya es un verbo cotidiano y el acceso a las playas se ha vuelto una lucha ciudadana, este tipo de comunicación no solo es torpe, es ofensiva. Parece más un favor a los empresarios de la franja costera que una defensa de los derechos de la gente.

El autosabotaje está servido y ya es hasta noticia nacional: en vez de mostrar liderazgo, muestra sumisión; en vez de acercarse al pueblo, se recuesta en los camastros del privilegio. Tal vez el edil no lo note, pero cada video que presume “acceso libre” bajo condiciones absurdas refuerza la idea de que en Tulum el poder se arrodilla frente al dinero. Y aunque el mar siga siendo de todos, la narrativa —esa que tanto descuida su equipo— empieza a tener dueño.

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