octubre 25, 2025

Tulum, alguna vez un caro refugio alternativo y un paraíso de arenas blancas, hoy es la imagen viva de lo que sucede cuando la negligencia se convierte en política pública. El reciente proceso de militarización del Parque Nacional Tulum, disfrazado de proyección de un área natural protegida —con su fuerte restricción al acceso de visitantes al sitio arqueológico y la obstaculización del libre paso a las playas—, sólo es la punta del iceberg en una serie de decisiones “de política pública” que han socavado la vocación turística de la región.

El turismo se mueve por oferta y demanda, no por decretos presidenciales, no por programas municipales, no por ferias turísticas ni por caprichos políticos. Hay oferta atractiva, la demanda buscará en las plataformas de viaje y vendrá.

A este clima de trato militarizado, hostil y con nuevas reglas en la atención al visitante, se suma una ola de delincuencia e inseguridad creciente, frente a la ineptitud de los organismos que deberían combatir el crimen y que ahuyenta tanto a locales como a foráneos. Las balaceras y los cuerpos tirados en las brechas de terracería se hicieron normalidad. Es tan serio el problema de la inseguridad que los directivos o empresarios viven en Puerto Aventuras; a diario viajan a atender sus negocios y, a las 6:00 p.m., huyen buscando refugio con sus familias. Puerto Aventuras es hoy un búnker.

El turismo internacional observa con asombro cómo la percepción de riesgo supera a la fama de lugares icónicos. En el trasfondo, un ambiente de corrupción impregna el desarrollo urbano: permisos a discreción, colusión de autoridades y un modelo especulativo que prioriza el lucro inmediato sobre la sostenibilidad ambiental y social. Ejemplos hay decenas: edificios mal construidos, sobredensificación, obras sin permisos. En Tulum, una mecánica de suelos se baja de internet, se le cambian los datos de proyecto y ubicación, y pasa. Todo pasa bajo la mesa en el Ayuntamiento.

El resultado: un destino cada vez más caro, inaccesible para el viajero nacional y poco atractivo para aquellos turistas internacionales que buscan escapar de la masificación y el caos urbano.

La sustentabilidad es únicamente un adjetivo que resuena en el desarrollo precario de Tulum, que ya tiene daños ambientales irreversibles, principalmente subterráneos. La expansión urbana descontrolada de Tulum, impulsada por la ambición inmobiliaria, es ya una tragedia ambiental: la selva devastada y los cenotes contaminados son cicatrices que atestiguan esta deriva.

Tulum es hoy un caso de advertencia. Su despertar no llegará con promociones publicitarias, con comitivas carísimas de funcionarios y gobernantes que viajan a ferias turísticas devolviendo resultados estériles, ni con discursos proselitistas.
La demanda turística es, por esencia, un fenómeno social que responde a la calidad genuina de la oferta.

Mientras Tulum no reformule desde la raíz lo que representa para sus visitantes, la espiral descendente continuará. La lección para otros polos turísticos es clara: sin políticas públicas responsables, sin proyectos viables, sin planeación, sin transparencia y sin compromiso con el entorno, cualquier paraíso puede convertirse en pesadilla.

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