Paso En Falso
En Quintana Roo la extorsión dejó de ser una noticia para convertirse en paisaje. Está ahí, como la humedad: se siente, se padece y nadie finge sorpresa. Restaurantes, operadores turísticos, taxistas, comerciantes, pequeños y medianos empresarios; prácticamente todo actor económico sabe que para trabajar “en paz” hay que pagar piso. Uno u otro grupo, una u otra cuota, pero pagar. Lo verdaderamente alarmante no es solo la normalización del delito, sino la indiferencia institucional que lo arropa. Porque cuando el Estado guarda silencio, ese silencio también extorsiona.
Resulta imposible no mirar hacia el despacho principal del Palacio de Gobierno. La gobernadora morenista Mara Lezama parece haber optado por la estrategia más cómoda: hacer como que no pasa nada. No hay posicionamientos firmes, no hay mensajes claros, no hay una narrativa de Estado que reconozca la gravedad del problema y anuncie acciones contundentes. En un territorio que vive del turismo y la percepción de seguridad, minimizar la extorsión es jugar con fuego… o permitir que otros jueguen.
Y hablando de fuego, los recientes siniestros encienden todas las alertas. En Mahahual, el incendio intencional de más de 250 palapas; en Cozumel, la quema de 35 cuatrimotos. Dos golpes directos a la economía local, dos mensajes de intimidación que cualquiera en la zona entiende perfectamente. Sin embargo, la explicación oficial roza el insulto: que el responsable de Mahahual actuó solo, sin órdenes; que en Cozumel fue un “corto circuito”. Ajá. Como si la violencia organizada funcionara por ocurrencias individuales o fallas eléctricas oportunamente masivas.
La pregunta no es si les creemos, sino hasta cuándo se pretende que lo hagamos. Porque cada versión inverosímil erosiona aún más la confianza pública y fortalece a quienes operan desde la ilegalidad. Gobernar también implica nombrar el problema, asumir costos políticos y enfrentar al crimen con algo más que comunicados tibios. En Quintana Roo no solo se están quemando palapas y cuatrimotos; se está quemando la credibilidad del Estado. Y esa, cuando se pierde, cuesta mucho más reconstruirla.