Pues resulta que la presidenta municipal de Benito Juárez, Ana Patricia Peralta, confirmó con toda la naturalidad del mundo que Playa Marlín será vendida. ¡Bravo! Nada como ponerle precio a un pedazo del mar y demostrar, una vez más, que en este paraíso los intereses privados pesan más que el derecho de la gente a disfrutar de sus playas. ¿Acaso no aprendimos nada con Playa Delfines? Parece que no. Aquí, en lugar de conservar lo que es de todos, preferimos rifar las joyas naturales como si fueran lotería.
Las organizaciones ciudadanas, esas necias que insisten en hablar de “medio ambiente”, “transparencia” y “derecho a decidir”, están pidiendo algo tan ridículo como foros y consultas públicas. ¿Para qué? ¿No ven que preguntar lo que piensa la gente no está de moda? A ver si entienden: mientras unos pelean por conservar el acceso libre al mar, otros ya están pensando en cómo cercarlo con bardas, cadenas y torres de concreto con vista exclusiva para los que pueden pagarla.

Y qué delicados se ponen cuando dicen que esto “contraviene el Acuerdo de Escazú” o los principios de legalidad y transparencia. ¡Por favor! ¿Desde cuándo la palabra “transparencia” tiene cabida en este tipo de decisiones? Eso es para soñadores. Aquí lo que importa es que el contrato, ese que nadie ha visto, sea tan secreto como los mejores tesoros. Porque, claro, mientras menos se sepa, menos nos enojamos… ¿o no?
Pero ahí están, más de 15 organizaciones, metiendo ruido con exigencias: que si transparencia total, que si la publicación de todos los contratos, que si la extinción inmediata de cualquier concesión. Hasta quieren convertir el predio colindante en un espacio público, seguro y digno. ¡Qué falta de visión empresarial! Porque, obvio, un muro de concreto con entrada “solo para huéspedes” da más caché que una playa llena de familias, vendedores ambulantes y niños haciendo castillos de arena.
Dicen los activistas que Playa Marlín no está en venta y que no olvidan. Bueno, no olviden, pero tampoco subestimen la creatividad de las autoridades para disfrazar una venta con palabras como “cesión” o “concesión a largo plazo”. Total, cuando menos lo esperen, otra playa pública habrá desaparecido tras un bonito letrero que diga “Propiedad Privada. Prohibido el Paso”.
Y claro, se les ocurre mencionar que estas playas tienen “servicios ecosistémicos esenciales” como si eso fuera argumento suficiente. Regulación climática, salud emocional, identidad cultural… ¡Bah! Nada que un buen hotel boutique no pueda reemplazar con aire acondicionado, spa y una alberca con agua salada importada.
Por lo visto, la consigna es clara: si queremos ver el mar, será desde la ventana de algún centro comercial con vista a lo que antes fue nuestro. Mientras tanto, nos invitan a “confiar” en las autoridades. Y uno se pregunta: ¿confiar en qué? ¿En que mañana le pongan letrero de “Se Vende” a otra playa?
¿Sabes qué? Al final, nos quedará el recuerdo de lo que fueron estas playas públicas… y la certeza de que si no gritamos ahora, mañana no quedará nada más que bardas y contratos ocultos. ¿No es maravilloso el progreso?
