octubre 28, 2025

Paso En Falso

Durante años se nos vendió la narrativa del Tren Maya como el motor de un desarrollo inédito para el sureste mexicano. El discurso oficial prometía una transformación estructural para regiones históricamente marginadas. En el caso de Quintana Roo, la industria de la construcción vivió una época dorada: empleos al por mayor, movimiento económico en casi todos los municipios y una sensación —ficticia, pero eufórica— de que al fin nos tocaba estar del lado bueno de la historia. Hoy, esa burbuja ha estallado. La Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC) admite que al menos 60 empresas ya han cerrado, y el sector encadena cuatro meses consecutivos de caída. El tren sigue avanzando, sí, pero parece que el desarrollo se bajó en la estación pasada.

Mientras duró la obra, hubo dinero. Las constructoras, grandes y pequeñas, recibieron contratos, se contrataron obreros, ingenieros, transportistas. Pero como todo modelo extractivista de infraestructura, el boom no era sostenible. Una vez colocada la última viga, el dinero dejó de fluir. Los proyectos se terminaron, pero no se generaron cadenas productivas duraderas ni se fortalecieron las capacidades locales. Hoy, la industria se enfrenta a una tormenta perfecta: insumos cada vez más caros, incertidumbre por posibles aranceles de Estados Unidos, y la ausencia de nuevas obras de gran calado que puedan absorber el golpe.

¿Dónde quedó el discurso del progreso? ¿Qué pasó con esa supuesta palanca de desarrollo regional? Lo que ocurre en Quintana Roo refleja una verdad incómoda: el Tren Maya funcionó como una ilusión óptica, un espejismo disfrazado de política pública. Como si el gobierno hubiera encendido una hoguera para alumbrar la selva… sin prever que, tarde o temprano, las brasas se apagarían y nos quedaríamos otra vez en penumbra. No hay desarrollo si no se fortalece la industria local, si no se promueven licitaciones justas y si las obras públicas no trascienden al sexenio que las impulsó.

Ahora, se apuesta todo a la construcción de 1,100 domos escolares, como si ese parche fuera suficiente para tapar el boquete estructural que dejó el tren al pasar. Bienvenido el esfuerzo, claro, pero se necesita mucho más que eso: una política pública real, que priorice a las PyMEs locales, que entienda que desarrollo no es obra monumental sino estabilidad económica y laboral. Si algo nos enseña esta crisis, es que los trenes pueden construir caminos… pero también dejar pueblos fantasmas cuando se marchan.

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