septiembre 28, 2025

CDMX.- En un escenario donde la violencia urbana no es solo una estadística sino una realidad que erosiona tejidos sociales, siete de las diez ciudades más peligrosas del mundo en 2025 están en México. Esta alarmante cifra revela una crisis profunda que va más allá del control territorial de grupos criminales y pone sobre la mesa la urgencia de una estrategia integral con enfoque social y de género.

Según datos recientes de Statista y otras fuentes especializadas, ciudades como Colima, Ciudad Obregón, Zamora, Manzanillo, Tijuana, Zacatecas y Ciudad Juárez encabezan el ranking global de homicidios por cada 100 mil habitantes, con cifras que superan desde 77 hasta 182 homicidios. El fenómeno es más que un problema de seguridad pública: es un reflejo de la complejidad del narcotráfico, la desigualdad, la corrupción y la falta de oportunidades que alimentan un ciclo de violencia sistémica.

Colima, en la costa del Pacífico, se posiciona tristemente como la ciudad más peligrosa del mundo, con una tasa de 181.94 homicidios por cada 100 mil habitantes. Un puerto que debería ser sinónimo de desarrollo y comercio se ha convertido en un territorio disputado entre cárteles, donde la vida cotidiana se vive bajo la sombra del miedo y la impunidad. Le siguen Ciudad Obregón, en Sonora, con 155.77 homicidios, y Zamora, en Michoacán, ambas zonas calientes por enfrentamientos violentos entre grupos del crimen organizado.

No es casualidad que estas ciudades estén en regiones estratégicas para el narcotráfico y que la violencia se concentre en espacios donde el Estado ha fallado en garantizar la seguridad y justicia. El problema, sin embargo, no es solo cuantitativo, sino cualitativo: detrás de cada cifra hay historias de vidas truncadas, comunidades fracturadas y, en particular, un impacto severo en las mujeres, quienes enfrentan violencia de género que se potencia en contextos de inseguridad generalizada.

La frontera con Estados Unidos, representada en esta lista por Tijuana y Ciudad Juárez, refleja también la brutalidad que implica la disputa por el control de rutas de tráfico de drogas, donde la violencia se naturaliza y los cuerpos de jóvenes y mujeres se convierten en escenarios de agresión y silenciamiento.

El fenómeno no es exclusivo de México. Port-au-Prince, Haití, y Guayaquil, Ecuador, también figuran en el ranking, revelando que la inseguridad es una pandemia en ciudades con altos niveles de desigualdad y ausencia de políticas públicas efectivas. Sin embargo, la concentración tan fuerte en México evidencia una crisis de seguridad que reclama atención urgente y estrategias que trasciendan la militarización para incorporar prevención social, justicia restaurativa y, crucialmente, la inclusión de la perspectiva de género en todos los niveles.

Es imposible analizar estas cifras sin recordar que la violencia en las ciudades también es una violencia contra las mujeres y las personas vulnerables, que sufren agresiones múltiples y un sistema que muchas veces revictimiza. Combatir la inseguridad, entonces, es también construir espacios seguros para todos, con políticas públicas que apunten a desmantelar las raíces del problema: la desigualdad estructural, la impunidad y el patriarcado que permea las dinámicas de violencia.

México, entonces, tiene la tarea urgente de enfrentar este flagelo con una mirada integral y transformadora. No es solo una cuestión de números, sino de dignidad, de derechos humanos y de la posibilidad real de vivir sin miedo. La lista no es solo un dato, es un llamado a despertar y repensar las formas en que construimos ciudad, comunidad y vida.

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