Paso En Falso
La capital de Quintana Roo vive hoy una crisis de seguridad que amenaza con borrar la memoria de aquella ciudad tranquila, de tardes en el Boulevard Bahía y noches sin sobresaltos. Chetumal, donde hace años el peor de los crímenes era el robo a una tienda o a una casa, se ha convertido en un terreno donde la violencia avanza a pasos agigantados, dejando tras de sí una estela de miedo, impunidad y resignación.
Esta semana, frente al Parque del Maestro, un espacio emblemático y de convivencia, la balacera que dejó a la ciudad atónita se convirtió en un recordatorio amargo de que la violencia ya no respeta horarios, lugares ni símbolos. La calle Álvaro Obregón, transitada y familiar para los chetumaleños, se transformó en escenario de horror. ¿Qué queda para una sociedad que observa impotente cómo las autoridades parecen incapaces de garantizar lo más básico: el derecho a vivir sin temor?
Lo sucedido no es un hecho aislado. Es el resultado de casi dos décadas de estrategias fallidas y simulaciones por parte de los tres niveles de gobierno. Desde el asesinato del teniente coronel Enrique Tello Quiñones en 2009, que marcó el arribo oficial del crimen organizado a Cancún, el crecimiento de este flagelo ha sido implacable. Playa del Carmen, Tulum, Cozumel y ahora Chetumal han caído en la espiral de violencia que los gobiernos no logran contener.
En los últimos años, la zona maya, históricamente marginada, se ha sumado a esta dinámica de terror. Felipe Carrillo Puerto y José María Morelos, lugares que alguna vez parecían inmunes al azote de la delincuencia organizada, ahora cuentan sus muertos en cifras que duelen y alarman. Jóvenes desaparecidos, ejecuciones a plena luz del día y una impunidad que lo envuelve todo.
¿Dónde están los responsables? No hablo solo de quienes jalan el gatillo o mueven los hilos de la delincuencia, sino de los que desde el poder público permitieron este colapso. Cada discurso triunfalista de las autoridades sobre la disminución de la violencia suena hueco cuando la realidad se impone con su crueldad.
Chetumal, con su historia de orgullo y resistencia, merece algo mejor. Merece gobiernos que trabajen con seriedad, instituciones que respondan y una sociedad que se niegue a aceptar esta violencia como algo “normal”. Porque la resignación no puede ser el destino de la capital de Quintana Roo.