La 4T y los fantasmas del pasado borgista

Paso En Falso

La imagen de Juan Carrillo Soberanis abrazando a Jorge Emilio González Martínez, alias “El Niño Verde”, en la toma de protesta de Claudia Sheinbaum como presidenta en 2024 -fantasma fresco en el marco de sus primeros 100 días-, es más que una anécdota política: es un recordatorio incómodo de las alianzas que la 4T parece estar dispuesta a tolerar. Carrillo, quien llegó al poder bajo las siglas del PRI y hoy se pasea como figura del PVEM, simboliza una transición política que no es transformación, sino simple camuflaje. Su cercanía con Roberto Borge, exgobernador de Quintana Roo preso por corrupción, debería haber encendido todas las alarmas, pero en cambio, parece haberle otorgado un pase VIP al nuevo régimen.

La historia de Carrillo y otros como él plantea una pregunta crucial: ¿cuántos de los valores de la Cuarta Transformación se sacrifican en aras de una supuesta «unidad política»? En Puerto Morelos, el eco de la corrupción borgista aún resuena, con ciudadanos pagando facturas millonarias derivadas de contratos opacos y herencias tóxicas, dicen los rumores, son para su defensa legal anual, la cual igual pagó Isla Mujeres en los periodos de Carrillo Soberanis. Si bien el PVEM ha sido un aliado estratégico para Morena, su historial está lejos de ser ejemplar. La fotografía de Carrillo con “El Niño Verde” no sólo es un guiño a los viejos pactos de poder, sino un símbolo de cómo el pragmatismo político sigue erosionando los principios de justicia social y rendición de cuentas.

A la sombra de estas figuras, la 4T enfrenta un dilema ético. Resulta irónico que un movimiento que aboga por el combate a la corrupción y la regeneración del tejido político se preste a reciclar personajes cuyo pasado es sinónimo de saqueo y desfalco. Mientras Carrillo y sus aliados se fortalecen en la red de poder, los ciudadanos de Quintana Roo siguen pagando los costos de sus privilegios.

Es urgente que Claudia Sheinbaum y su gobierno marquen distancia de estos personajes y sus redes. No basta con promesas de cambio; la congruencia debe ser la piedra angular del proyecto de nación. Si la Cuarta Transformación aspira a ser algo más que un eslogan, deberá demostrar que no tiene espacio para los herederos de las peores prácticas del pasado. De lo contrario, la transformación será sólo una farsa, y los ciudadanos seguirán siendo los únicos perdedores en este juego de simulaciones.