Redacción / Quintana Roo Ahora
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando la incompetencia, la negligencia y la indiferencia de las autoridades que están obligadas a proteger a los más vulnerables? El caso de Peloncito, el niño que fue brutalmente asesinado por su propia madre, no es solo una tragedia, es un crimen que pudo y debió evitarse. Y quienes tienen las manos manchadas de sangre no son solo la madre, sino también el DIF Estatal y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), que miraron para otro lado mientras un niño sufría el infierno en la tierra.
El DIF Estatal sabía. ¡Sí, sabía! Sabía que Liliana , la mujer que se hace llamar «Lians», era una adicta al cristal, una vendedora de drogas y una madre incapaz de cuidar a sus hijos. Sabía que ya le habían quitado la custodia de Peloncito y sus hermanos en el pasado por su adicción. Sabía que, tras una supuesta rehabilitación, le devolvieron a los niños, confiando en que había cambiado. Pero no cambió. Recayó. Y el DIF, en lugar de actuar, se lavó las manos.
¿Qué hicieron cuando los vecinos de Cielo Alto denunciaron, una y otra vez, que los niños pasaban hambre, que buscaban comida en la basura, que eran golpeados y maltratados por una madre drogada y violenta? Nada. Absolutamente nada. En noviembre, los vecinos fueron a pedir ayuda, pero les dijeron que la presidenta del DIF estaba «de gira». ¿De gira? ¡Estaba de paseo por Europa! En diciembre, volvieron a denunciar. Nada. En enero, llamaron repetidamente. Nada. Y ahora, cuando Peloncito ya está muerto, ¿ahora sí actúan? ¿Ahora sí les importa?
¿Dónde estaba la SSP de Yucatán mientras Liliana vendía drogas en Cielo Alto? ¿Dónde estaban cuando los vecinos reportaron su actividad ilícita? ¿Dónde estaban cuando los niños gritaban de dolor y miedo? No estaban. No hicieron nada. Y ahora, Peloncito está muerto. Uno de sus hermanos está en el hospital Agustín O’Horán, atropellado por una moto mientras intentaba huir del infierno que vivía. Los otros dos fueron rescatados, pero ¿a qué costo? ¿Cuánto más tenían que sufrir para que alguien hiciera algo?
Esto no es solo una tragedia. Es un fracaso monumental del sistema. Es una mancha en la conciencia de quienes tenían el poder y la obligación de actuar y no lo hicieron. Peloncito no debió morir. Su muerte es el resultado de la negligencia, la corrupción y la indiferencia de quienes debieron protegerlo.
¿Qué dirán ahora las autoridades? ¿Qué excusas inventarán? ¿Cómo justificarán su inacción? Porque no hay justificación. No hay perdón. Peloncito se fue al cielo, pero su sangre clama justicia. Y no podemos permitir que su muerte quede impune. ¡Basta ya de negligencia! ¡Basta ya de indiferencia! ¡Exigimos respuestas, exigimos responsabilidades, exigimos justicia!