Cancún y el fantasma de Chalco

Paso En Falso

Cancún, con sus playas de postal y su juventud urbanística, va envejeciendo rápido, pero no con sabiduría, sino cargando los achaques de ciudades grandes: inseguridad, tráfico y la vieja pero vigente herida de las invasiones de propiedad. La ciudad que debería ser símbolo de modernidad turística y planeación visionaria, hoy se ve rebasada por problemas que, aunque parecen nuevos, en realidad son parte de su ADN urbano. Porque sí, Cancún nació con asentamientos irregulares y creció con omisiones institucionales que hoy hacen metástasis en colonias donde la ley no siempre llega.

La tragedia en Chalco, donde una mujer de 74 años mató a dos personas por una disputa por su casa, no es un hecho aislado: es una advertencia. En Cancún, la Supermanzana 200, la 93 y la 91, por mencionar algunas, ya viven su propia historia de abandono legal. Ahí, decenas de familias han tenido que elegir entre enfrentar a invasores o huir, dejando sus hogares a la deriva. Esas casas vacías se vuelven tierra de nadie, caldo de cultivo para más violencia y desesperanza. Y lo peor: quienes deberían proteger la propiedad y mediar los conflictos están mirando hacia otro lado, esperando que el tiempo –o la violencia– resuelva lo que la ley no ha querido atender.

Las autoridades municipales y estatales aún están a tiempo de actuar. No se trata solo de desalojar, sino de establecer un marco de justicia social donde la tenencia de la tierra, la propiedad privada y el derecho a la vivienda digna no se enfrenten como enemigos, sino se reconcilien con legalidad y sensibilidad. Porque en una ciudad donde la justicia llega tarde, la gente empieza a pensar que la única forma de recuperarla es con sus propias manos. Y ahí es donde todo se rompe.

Cancún no puede darse el lujo de repetir la historia de Chalco. Porque cuando la impunidad se normaliza, la tragedia deja de ser excepción para volverse rutina. Lo que sucedió allá podría pasar aquí. La pregunta es si estamos dispuestos a prevenirlo… o si vamos a seguir esperando a que sea demasiado tarde.