Redacción / Quintana Roo Ahora
VATICANO.- En un mundo urgido de referentes humanos, este 21 de abril de 2025 nos dejó quizá el más terrenal de los pontífices. Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, falleció víctima de un ictus, apenas un día después de su último mensaje urbi et orbi en la Plaza de San Pedro, donde con voz frágil pero firme pidió —una vez más— por la paz mundial y la fraternidad entre los pueblos.
La noticia sacudió los cimientos del Vaticano y estremeció los corazones de millones. Pero no nos encontró desprevenidos. El propio Francisco, con la claridad y sencillez que lo caracterizaron, había preparado su despedida desde 2022. Su testamento, ahora disponible en la web oficial del Vaticano, es más que un conjunto de instrucciones: es un espejo final del alma de un hombre que abrazó su humanidad hasta el último aliento.
«En el nombre de la Santísima Trinidad. Amén», inicia el documento que revela no solo su fe, sino su profunda relación con María, la madre de Jesús, a quien confió cada paso de su largo peregrinar apostólico. Por ello, pidió reposar para siempre en la Basílica de Santa María la Mayor, el santuario al que acudía al comenzar y terminar cada viaje, como quien vuelve al regazo materno buscando consejo, aliento y paz.
Su voluntad fue diáfana: un sepulcro en tierra, sencillo, sin decoraciones, con una única inscripción: Franciscus. Nada de oro, ni mármoles fastuosos. Solo tierra, la misma que pisaron los pobres, los migrantes, los excluidos a los que siempre defendió. Es un gesto que encierra todo un legado: el del pastor que nunca quiso trono, sino banca de iglesia y mate compartido.
Y como si buscara desdibujar aún más su figura en la vanidad terrenal, dejó dispuesto que todos los gastos de su funeral sean cubiertos por un benefactor anónimo. Encomendó esa tarea al monseñor Rolandas Makrickas, quizá como un último guiño a la transparencia, la sencillez y la fraternidad que predicó desde el primer instante en que eligió llamarse Francisco.
Sus últimas líneas son un testimonio de fe, dolor y amor: ofreció sus sufrimientos finales por la paz y la unidad. No por sí mismo, no por la Iglesia como institución, sino por el sueño de un mundo hermanado.
Hoy, el mundo despide a un papa, sí. Pero sobre todo, despide a un hombre que nunca dejó de recordarnos que lo sagrado también se encuentra en lo cotidiano, en el servicio humilde, en el abrazo al otro. Francisco eligió caminar ligero, y ahora reposa en paz, como vivió: con los pies en la tierra y la mirada en el cielo.