Tulum, el paraíso que no aprende a volar

Paso En Falso

No se trata sólo de una cancelación. La decisión de Avianca de suspender la ruta directa entre Bogotá y Tulum no es una anécdota logística ni una cuestión meramente técnica de demanda. Es un síntoma. Un síntoma de que el paraíso prometido, ese Tulum que fue portada de revistas de viaje y sueño de influencers internacionales, está perdiendo oportunidades que antes se ganaban solas. Entre líneas, el mensaje es claro: algo no está funcionando. Y no, no es el avión. Es el destino.

Esta ruta tenía todo para consolidarse. Tres frecuencias semanales, más de mil asientos disponibles y una conexión directa entre el Caribe mexicano y Sudamérica. Era más que una línea aérea; era una vía estratégica para posicionar al nuevo aeropuerto de Tulum como un hub internacional. Pero el vuelo duró menos que una temporada alta. ¿Por qué? La respuesta no se encuentra en las cifras de ocupación sino en el contexto: la falta de planificación urbana, la inseguridad creciente y la depredación ambiental que han hecho de Tulum un escenario donde el desarrollo corre más rápido que la gobernanza, y a eso le sumamos el mal trato al turista, en especial al colombiano.

Cuando una aerolínea evalúa una ruta, no sólo mide los asientos vendidos. Evalúa potencial, infraestructura, proyección y, sobre todo, estabilidad. Y eso es lo que Tulum está perdiendo. El caos vial, la construcción desmedida, los apagones, la violencia y los escándalos por corrupción y la falta de interés de su edil, Diego Castañón, han convertido lo que pudo ser el nuevo Cancún en un destino con pies de arena movediza. Los turistas no sólo buscan playas: buscan certeza. Y eso, lamentablemente, hoy no lo garantiza ni la pista más nueva.

La suspensión de la ruta Bogotá-Tulum debe ser una llamada de atención para quienes toman decisiones desde el escritorio o la comodidad de un cargo público. Porque si Tulum no logra sostener vuelos como este, ¿cómo sostendrá su promesa de destino internacional sustentable? Se están perdiendo oportunidades que no volverán a pasar dos veces por la misma terminal. Y cuando el cielo comienza a cerrarse, es tiempo de preguntarse si no estamos cavando nuestra propia pista de aterrizaje hacia el fracaso.