Chiquitas pero chonchas
En días pasados, algunos columnistas del sur y del norte, en nado sincronizado, sacaron columnas sospechosamente parecidas, como si hubieran sido dictadas por la misma persona y con igual intención. Con los mismos actores, las mismas acusaciones, las mismas descripciones apocalípticas de sus sucesiones, sin importar poner en riesgo sus antiguos prestigios, al final, en tiempos difíciles hay que comer. No hay que matar al mensajero, al final solo son eso, mensajero.
El mensaje era que las ediles Atenea Gómez de Isla Mujeres, Mary Hernández de Felipe Carrillo Puerto, y el edil de Cozumel José Luis Chacón son un lastre para la gobernadora. Las acusaciones son lo de menos, lo importante es desestabilizar, entrar a una cascarita sin árbitro, aunque en este caso el árbitro está, por default, con el Verde. Lo que, es más, tienen intereses comunes.
Veamos, ¿Quiénes son los obcecados por tener el poder en sus Islas? Renán Sánchez Tajonar permanente ha estado desestabilizando a los gobiernos de Cozumel, primero con Juanita Alonso y ahora con José Luis Chacón para mostrarse como el salvador y obtener la tan deseada candidatura a la presidencia cozumeleña. La última vez no se le dio por negarse a disfrazarse de morena, y la gobernadora no se atrevió a tanto, ya que con Estefanía en Playa del Carmen ya era demasiado. En Isla Mujeres, Juan Carrillo Soberanis, el peor alcalde que ha tenido esa pequeña ínsula, ha hecho todo lo posible por desbarrancar el gobierno de Atenea Gómez quien se reeligió con el 80% de los votos. En el caso de la zona maya, Mary Hernández es el daño colateral del marismo por quedarse con la dirigencia de morena, y al no ceder a las presiones, Johana Acosta, compañera de Mary Hernández, esta última pagará las consecuencias. Como podemos ver, es toda una andana orquestada desde el partido Verde y con la complacencia de quien encabeza el gobierno del Estado que, sobra decirlo, es afín, muy afín al partido Verde.
En suma, lo que presenciamos no es un accidente ni una simple coincidencia editorial, sino una jugada meticulosamente orquestada, donde las piezas se mueven con precisión quirúrgica desde los centros de poder verde. Las columnas replicadas, los ataques dirigidos y los silencios convenientes responden a un mismo libreto: debilitar a quienes no se alinean sin chistar, pavimentar el camino para los incondicionales y, de paso, recordarnos que la política en Quintana Roo sigue siendo una danza de máscaras donde lo que menos importa es el bien común.
Porque aquí, más que gobernar, lo que parece importar es controlar, y quien no baile al ritmo impuesto corre el riesgo de ser señalado, removido o, al menos, desacreditado públicamente. Así, la democracia se disfraza de estrategia, y la ciudadanía queda como espectadora de un juego donde el árbitro no solo está comprado, sino que aplaude desde la banca.