La educación como rehén del discurso oficial

Paso En Falso

Mientras en Cancún florecen los megaproyectos turísticos y la gobernadora se empeña en blindar la imagen de un “Quintana Roo del bienestar”, la realidad en las aulas es mucho más gris. El paro magisterial que ha sacudido al estado desde marzo no es una ocurrencia de docentes caprichosos, sino una protesta legítima contra la precariedad estructural de un sistema educativo olvidado. Exigen algo tan básico como respeto a sus derechos laborales, revertir los daños de la reforma al ISSSTE de 2007, y condiciones dignas para enseñar. Pero el gobierno, en lugar de resolver, recurre a una narrativa maniquea: los buenos que quieren clases (niños y padres) contra los malos que las interrumpen (los maestros).

En palabras de Mara Lezama, “defenderemos el derecho de las niñas y niños a no interrumpir sus clases”. Lo que omite decir es que son más de 19 mil maestras y maestros en el estado quienes llevan años sosteniendo ese derecho con sueldos bajos, falta de infraestructura, jornadas dobles y abandono institucional. En un estado donde el 20% de la población mayor de 15 años no concluyó la secundaria y hay más de 42 mil personas analfabetas (INEA, 2024), reducir el conflicto a una defensa del “regreso a clases” sin atender la raíz del problema es no solo simplista, sino peligroso. Es una forma de chantaje emocional que instrumentaliza a la niñez y silencia las voces del magisterio.

Este 15 de mayo, Día del Maestro, no habra celebraciones. Habra marchas. Las y los docentes saldrán nuevamente a las calles no por gusto, sino por hartazgo. No se niegan a trabajar, se niegan a seguir siendo ignorados. A pesar de que el gobierno anunció que se ha restablecido el servicio educativo a más de 468 mil estudiantes, cientos de planteles siguen en protesta, muchas veces “de brazos caídos”, es decir, presentes pero sin impartir clases como forma de presión pacífica. ¿Qué calidad educativa puede ofrecer un sistema donde la relación entre Estado y maestros se basa en la desconfianza?

Mientras se presume diálogo, lo que hay es simulación. El mensaje que lanza la administración estatal es claro: dialogamos, pero no cedemos; escuchamos, pero no resolvemos. Si se sigue usando la educación como rehén política y emocional, las consecuencias serán más graves que unos días sin clases. Serán generaciones enteras sin rumbo, sin equidad, sin esperanza. La crisis educativa no se resuelve con discursos, se enfrenta con voluntad política, presupuesto y, sobre todo, con respeto. Y hoy, eso es justo lo que más falta en Quintana Roo.