Paso En Falso
Hoy 1 de junio, México celebra una fiesta que no emociona a nadie: la elección para definir el nuevo rostro del Poder Judicial. Una celebración democrática que, tristemente, parece más una ceremonia sin alma, una pista de baile vacía, donde los anfitriones no lograron convencer ni al DJ ni a los invitados. La expectativa de participación ciudadana es tan baja que raya en la desilusión; pareciera que el pueblo ha decidido no asistir a una fiesta que, desde su concepción, se organizó sin transparencia, sin entusiasmo y sin verdadera convocatoria.
¿Y cómo culpar al ciudadano? ¿Cómo pedirle que se levante un domingo, que invierta tiempo, cuando ni siquiera entiende por qué lo están llamando a votar algo que históricamente se decidía entre togas y expedientes? Nos vendieron esta elección como un acto inédito de democracia directa, pero la realidad es que parece más un ensayo improvisado de legitimidad política. Hay un olor a simulación que espanta, un tufo a imposición disfrazada de participación, y eso, para un país con sed de justicia real, es profundamente desalentador.
Lo más preocupante es que, de esta fiesta apática, surgirá el nuevo sistema de justicia de México. De estas urnas frías y desangeladas saldrán quienes deberán impartir justicia con imparcialidad, pero cuyo origen estará marcado por el desinterés colectivo. ¿Con qué autoridad moral podrá un nuevo juez, elegido por un sistema que nadie tomó en serio, hablar de legitimidad, de pueblo, de legalidad? Si la base de toda justicia es la confianza ciudadana, aquí estamos empezando con el pie izquierdo.
Lo que vivimos este 1 de junio, esperemos equivocarnos, es una oportunidad perdida. Pudimos inaugurar un camino hacia una justicia más cercana a la gente, pero terminamos construyendo una ruta hacia el desencanto. El sistema de justicia no puede nacer del silencio, ni del vacío, ni de una fiesta sin invitados. Porque en una democracia auténtica, cuando la gente no baila, el problema no es la música… es el sentido mismo del evento.