Redacción / Quintana Roo Ahora
Quintana Roo.- En Cancún, el paraíso turístico que deslumbra a millones, hay una realidad que se impone con fuerza para quienes lo llaman hogar: la gentrificación. Este fenómeno, asociado históricamente al reordenamiento urbano y al arribo de nuevos capitales, está elevando el costo de vida para los cancunenses, transformando barrios tradicionales en zonas inaccesibles para sus propios habitantes.
De acuerdo con Kristhian Hernández Rendón, presidente del Colegio de Valuadores de Quintana Roo, las rentas en la ciudad han aumentado hasta un 20% en apenas dos años. La tendencia es particularmente aguda en las zonas céntricas, pero ya no se limita a ellas. Colonias como Donceles 28, Lombardo Toledano e incluso avenidas como Huayacán, han sido alcanzadas por este nuevo mapa inmobiliario que prioriza la inversión y el turismo por encima de la vida cotidiana de quienes construyen Cancún desde abajo.
El valor de las propiedades también se ha disparado. Un 30% de incremento en los precios de compraventa no es una cifra menor, especialmente cuando se considera que el ingreso promedio de muchos trabajadores locales se mantiene estancado. Esta brecha creciente entre el valor de la vivienda y el poder adquisitivo no solo ahoga las posibilidades de acceso a una casa digna, sino que también amenaza con desplazar a cientos de familias hacia la periferia, o fuera de la ciudad por completo.
Aunque Cancún aún no alcanza los niveles de encarecimiento de la Ciudad de México, el modelo parece replicarse con rapidez: colonias con alta conectividad y cercanía a zonas comerciales o playas se convierten en territorio exclusivo para quienes pueden pagar el nuevo precio del suelo. Para el resto, solo queda ver cómo se transforman sus barrios, cómo se encarecen sus mercados, y cómo los edificios que antes ofrecían vivienda ahora albergan alojamientos temporales de lujo.
La gentrificación, como bien señala el especialista, no es solo una consecuencia del desarrollo, sino también un reflejo de la falta de regulación. Sin políticas públicas que protejan a la población local y que fomenten un desarrollo urbano equilibrado, Cancún corre el riesgo de convertirse en una ciudad bonita, sí, pero cada vez menos habitable para quienes la sostienen.
El reto está planteado: ¿qué ciudad quiere ser Cancún? ¿Una postal para los visitantes o un hogar sostenible para sus habitantes? La respuesta, como casi siempre, está en la voluntad política.