El rencor no se disimula

Paso En Falso

Gabriel Mendicuti no olvida, y mucho menos perdona. No olvida los barrotes. No perdona la traición. Aquella imagen suya entrando a prisión en 2018 fue más que un escándalo: fue un mensaje político. Porque en política, como en las novelas viejas de traición, el puñal siempre viene de alguien que te dio la mano. Mendicuti, viejo lobo del priismo caribeño, acusó esta semana al ex gobernador Carlos Joaquín de vender el estado a la delincuencia organizada. Pero más que un acto de justicia, la denuncia suena a ajuste de cuentas. La herida sigue abierta.

No es menor lo que dice: que el hijo del ex mandatario cobraba el derecho de piso y que la familia Joaquín fue el vínculo directo con los cárteles. Pero más allá del escándalo, lo que subyace es el dolor de quien fue exhibido, humillado y encerrado. Carlos Joaquín no sólo lo dejó fuera del poder, lo metió a la cárcel en plena campaña, como quien ejecuta un castigo ejemplar. No fue sólo política, fue personal.

Mendicuti no es un santo, ni se presenta como tal. Fue pieza clave de gobiernos anteriores, incluido el de Borge. Y aunque se dice víctima, su narrativa también busca redención ante la opinión pública. Pero lo que grita no es verdad jurídica, sino revancha política. Y en esa dinámica, las palabras pueden ser cuchillos, pero también bumeranes. Si tiene pruebas, que las saque. Pero si es solo vendetta, se equivoca de escenario. Porque denunciar desde el odio no limpia, sólo enreda más la historia.

Hoy, lo que queda claro es que Quintana Roo ha sido rehén de pugnas entre viejos aliados que se convirtieron en enemigos íntimos. Mendicuti habla porque está libre y porque quiere revancha. Carlos Joaquín calla, refugiado en cargos federales y diplomáticos. Pero el silencio no lo exonera. Si lo que dice el ex alcalde es cierto, el estado merece justicia, no venganza. Y si no lo es, que el rencor no manche más a una entidad que ya ha pagado demasiado por las ambiciones de sus élites políticas.