Paso En Falso
Una vez más, los drones sobrevolaron el cielo de Cancún y las botas resonaron en los patios del Cereso. Más de 250 elementos de seguridad irrumpieron en el penal con la promesa de “limpiar la casa”. El operativo, tan mediático como puntual, se vendió como muestra de músculo institucional. Pero debajo del helicóptero Águila 1 y los titulares oficiales, se esconde una verdad que apesta a encierro prolongado: el Cereso de Cancún es una olla de presión donde conviven hacinamiento, corrupción y una simulación que ya no engaña a nadie.
La cárcel tiene capacidad para 917 personas, pero alberga a casi 2 mil. Esa cifra, de medios oficiales, no sólo revela hacinamiento; confirma una negligencia estructural que las autoridades han preferido ignorar administración tras administración. No es casualidad que internos convivan sin acceso digno a salud, comida o espacio. Es un sistema penal diseñado para castigar incluso antes de que haya sentencia. Y mientras los custodios extorsionan por un teléfono o un mejor lugar en la celda, afuera se aplauden operativos sorpresa que no hacen más que mover el desorden sin corregirlo.
La narrativa oficial presume que ya no hay autogobierno, que se acabaron los cobros ilegales y que la cárcel está bajo control. Pero los testimonios de los propios internos y las observaciones de organismos de derechos humanos cuentan otra historia: una donde el crimen dicta reglas tras las rejas y la corrupción fluye como río subterráneo. Es una cárcel donde la justicia entra con uniforme, pero no siempre con ética. Y donde cada operativo mediático es una cortina de humo para ocultar la podredumbre institucional.
¿De qué sirve un despliegue con helicóptero si al día siguiente el hacinamiento sigue igual? ¿Cuánto cuesta la simulación sostenida por boletines y silencios cómplices? La respuesta está en los ojos de las familias que esperan afuera, en las denuncias que no prosperan y en el sistema penitenciario que castiga más por clase que por delito. El Cereso de Cancún no necesita más operativos sorpresa. Necesita voluntad política para romper con décadas de abandono, impunidad y simulación. Porque lo que está en juego no es la imagen del gobierno, sino la dignidad humana tras los muros.