Redacción / Quintana Roo Ahora
Nuevo Laredo, Tamaulipas.– Lo que debía ser una revisión de rutina por parte de elementos del Ejército Mexicano, terminó en una vergonzosa persecución ciudadana que dejó al descubierto, una vez más, el abuso de poder y la impunidad con la que parecen actuar algunos uniformados.
Un comerciante identificado como Miguel Ríos García denunció públicamente —y en plena transmisión en vivo por Facebook— que presuntos elementos del 16.º Regimiento de Caballería Motorizada de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) despojaron a su hijo, un menor de edad, y a otros dos jóvenes de 50 mil pesos en efectivo, mil dólares y varios teléfonos móviles. ¿El motivo? Una supuesta “revisión de rutina”.
Pero esta vez no se quedaron callados. Ríos García y decenas de ciudadanos emprendieron una persecución contra las unidades militares, que lejos de enfrentar las acusaciones, huyeron como delincuentes comunes: condujeron en sentido contrario, rebasaron camellones, e incluso chocaron con el vehículo del denunciante para evadir su responsabilidad.
Cuando finalmente fueron alcanzados y bloqueados, un supuesto mando militar reconoció haber estado en la revisión pero, como era de esperarse, negó el robo. Sin embargo, entregó mil dólares y dos mil pesos —¿no que no se robaron nada?— y prometió regresar el resto. Lo más indignante vino después: apareció un presunto coronel, identificado como David Gonzales Carrasco, en aparente estado inconveniente, quien no solo se negó a emitir declaraciones públicas, sino que tampoco firmó ningún acuerdo. Eso sí, se comprometió —de forma privada y sin testigos— a devolver el dinero restante y cubrir los daños materiales causados por sus subordinados.
¿Y la Sedena? Bien, gracias. Hasta ahora no ha emitido ni una sola declaración. El silencio institucional que acompaña a la impunidad.
El abogado de la familia afectada, Roberto Puente, ya anunció que presentará una denuncia penal por robo, abuso de autoridad y daños. Pero los ciudadanos de Nuevo Laredo —y de todo México— se siguen preguntando: ¿en manos de quién estamos?, ¿quién cuida a los que nos cuidan?
Porque cuando el uniforme que debe protegerte se convierte en el que te roba, entonces no hablamos solo de un delito: hablamos de una traición. Y esa, no se olvida.