Paso En Falso
Pablo Bustamante presume con orgullo haber recorrido los 48 tianguis de Cancún como si esa fuera la máxima encomienda de un secretario de Bienestar. Fotos sonrientes, discursos cercanos, tamales repartidos en hospitales y la promesa de estar “a ras de piso” con la gente. El problema no es la cercanía —que en política siempre suma—, sino la confusión entre lo urgente y lo importante. Un secretario no es un gestor de tianguis ni un anfitrión de desayunos; su responsabilidad es diseñar y supervisar políticas públicas que reduzcan la pobreza y construyan condiciones reales de bienestar. Lo otro, aunque pintoresco y hasta entrañable, se queda en anécdota.
Cuando más del 50% del tiempo de un alto funcionario se va en giras de mercado y entregas de alimentos, el aparato institucional se convierte en un espectáculo de proximidad, pero sin profundidad. No se trata de restar valor al contacto humano, sino de señalar la distorsión: un secretario debería estar evaluando indicadores, revisando presupuestos, coordinando programas sociales y asegurando que los recursos lleguen donde deben. La visita al tianguis puede ser el inicio de un diagnóstico, nunca el fin en sí mismo. Porque mientras se inauguran canastas y se reparten platos, las carencias estructurales siguen intactas.
La política pública no se transforma con gestos mediáticos. Repartir tamales en un hospital puede dar la foto y un titular, pero no resuelve la precariedad del sistema de salud. Caminar entre tianguistas genera simpatía, pero no combate la desigualdad que obliga a miles a vivir al día. Ese tipo de acciones, convertidas en rutina, revelan un enfoque asistencialista y populista que prioriza la inmediatez sobre la planeación. Son paliativos que entretienen, mientras los problemas de fondo —empleo digno, vivienda, acceso a salud y educación— quedan rezagados.
Lo más peligroso es el tinte político que estas prácticas cargan. En un contexto electoral, recorrer tianguis se convierte en un acto de campaña encubierta, y la entrega de alimentos, en una forma de clientelismo. El Bienestar no debería ser la agencia de propaganda de ningún funcionario, sino la columna vertebral de un Estado que busca reducir la desigualdad. Si la misión de un secretario se diluye en recorridos y selfies, entonces no hablamos de política social, sino de populismo de baja intensidad. Y con eso, los más pobres vuelven a ser el pretexto, nunca la prioridad.