Paso En Falso
Hay ciudades que crecen sin plan, pero Cancún parece ser un caso peor. Lo irónico es que, pese a ser una urbe compacta —apenas 25 kilómetros de punta a punta—, moverse en ella se ha vuelto un suplicio digno de metrópoli. Los cancunenses tardan en promedio 45 minutos por traslado, un tiempo similar al de la Ciudad de México, pero recorriendo menos de la mitad de la distancia. En la capital del país, en ese lapso se pueden avanzar entre 11 y 15 kilómetros; en Cancún, apenas de 6 a 9. La ecuación es tan absurda como reveladora: una ciudad pequeña, con un sistema de transporte aún más pequeño, atrapada en una lógica de lentitud, desorden y simulación.
No lo digo yo, lo dicen los datos. Cancún figura entre las tres ciudades con peor transporte público en México, según el Centro Mario Molina. Las razones son una mezcla de negligencia institucional y abuso cotidiano: rutas improvisadas, unidades en mal estado, choferes mal pagados y peor capacitados, y una autoridad que se ha resignado a que la movilidad sea un privilegio, no un derecho. Mientras tanto, los concesionarios siguen actuando como si las calles fueran suyas, y los usuarios como si no tuvieran más opción que soportar el viaje con resignación y audífonos.
En la Ciudad de México, con todo y su caos, hay un sistema integrado que al menos permite elegir: metro, metrobús, trolebús, RTP, cablebús, bici y hasta apps de movilidad compartida. En Cancún, en cambio, moverse es una ruleta. No hay horarios fijos, ni infraestructura peatonal digna, ni transporte que conecte la ciudad con la zona hotelera de forma eficiente. El turismo se mueve en vans privadas; los trabajadores, en camiones y combis viejas. Dos realidades que comparten el mismo pavimento, pero no el mismo trato.
El transporte público de Cancún es el espejo más claro de lo que ocurre cuando se prioriza la ganancia sobre la ciudad. Y mientras el discurso oficial se llena de palabras como “sustentabilidad” o “modernización”, la vida diaria de miles de cancunenses sigue marcada por el retraso, el calor y el hartazgo. El problema no es que Cancún sea una ciudad pequeña: es que su movilidad está secuestrada por intereses grandes. Y así, aunque el mapa sea corto, el camino para avanzar sigue siendo —literalmente— eterno.