Redacción / Quintana Roo Ahora
Pomuch, Campeche.— En este rincón del municipio de Hecelchakán, la muerte no representa un adiós, sino un reencuentro. Cada año, en vísperas del Día de Muertos, las familias de Pomuch acuden al cementerio comunitario para cumplir una de las tradiciones más singulares y conmovedoras de México: la limpieza de los huesos de sus difuntos.
El ritual, heredado de generaciones mayas, consiste en abrir con respeto las pequeñas cajas de madera donde descansan los restos de los seres queridos. Con brochas, lienzos y ternura, los familiares retiran el polvo acumulado por el tiempo, mientras rezan, recuerdan anécdotas y honran la vida que compartieron.
Luego, los huesos son envueltos nuevamente en mantas bordadas a mano, llenas de flores y colores. Cada una lleva el nombre del difunto y frases de cariño como “Mi madre querida” o “Mi abuelo amado”, transformando la muerte en un acto de amor y continuidad.
Durante esos días, el panteón de Pomuch se llena de vida: risas, rezos y aromas a cempasúchil recorren los pasillos. Los niños juegan entre las tumbas, los adultos colocan flores, y los ancianos cuentan historias que se niegan a desaparecer.
En Pomuch, no hay miedo ni tristeza. Hay memoria viva. Aquí, los muertos no descansan en el olvido, sino que regresan cada año para convivir con los suyos, recordando a todos que el amor trasciende el tiempo y que la muerte, lejos de ser el final, es solo otra forma de presencia.