Redacción / Quintana Roo Ahora
Michoacán.- En Uruapan, tierra de aguacates y de heridas abiertas por la violencia, un sombrero se convirtió en símbolo de esperanza. No era un accesorio ni una moda: era la forma en que Carlos Manzo, alcalde asesinado el pasado 1 de noviembre, se presentó ante su gente. Un sombrero sahuayense que representaba al trabajador, al campesino, al ciudadano común que decide mirar de frente al poder y decir: “ya basta”.
Así nació el Movimiento del Sombrero, una agrupación ciudadana que rompió con la lógica de los partidos y apostó por algo simple, pero profundamente disruptivo: la participación desde abajo. Sin financiamiento millonario ni estructuras clientelares, el movimiento emergió con la fuerza de lo auténtico. Su símbolo, tan cotidiano como poderoso, se volvió emblema de identidad y resistencia.
Carlos Manzo, con su hablar pausado y su andar de barrio, logró en 2024 lo que parecía imposible: ganar la presidencia municipal de Uruapan sin depender de los grandes partidos. Desde ahí impulsó una agenda de seguridad ciudadana, transparencia y reconstrucción del tejido social. Hablaba de “recuperar la dignidad del pueblo”, no con discursos ideológicos, sino con acciones concretas.
Pero en un estado donde el poder y el crimen se confunden en las sombras, su proyecto se convirtió en amenaza. La violencia que lo alcanzó no fue casual. Su muerte, más allá de la tragedia, expuso las heridas de una política que sigue castigando la honestidad y premiando la sumisión.
Hoy, el sombrero de Manzo ya no cubre una cabeza, sino una causa. Miles de ciudadanos lo han retomado como símbolo de justicia y memoria. El movimiento —que aún sobrevive gracias a su estructura comunitaria— promete seguir su legado, aunque ahora con un desafío mayor: no convertirse en una caricatura del hombre que lo fundó.
Porque si algo enseñó Carlos Manzo, es que la política puede hacerse con sombrero, pero sobre todo, con decencia.
El reto, para quienes hoy portan ese símbolo, será demostrar que el movimiento no depende de un hombre, sino de una convicción: que Uruapan merece ser gobernado por su gente, no por el miedo.