Redacción / Quintana Roo Ahora
La imagen clásica de la Navidad suele estar asociada a mesas largas, risas compartidas, abrazos familiares y una felicidad casi obligatoria. Sin embargo, para muchas personas, la Nochebuena y las fiestas decembrinas representan exactamente lo contrario: tristeza, estrés, incomodidad emocional o un profundo rechazo. Desde la psicología, este fenómeno no solo es común, sino comprensible.
Especialistas en salud mental coinciden en que el principal detonante de este malestar es el contraste entre la expectativa social de alegría y la vivencia personal de cada individuo. La presión por “sentirse bien” en estas fechas puede intensificar emociones de angustia, soledad o frustración, sobre todo cuando la realidad familiar o emocional no coincide con el ideal que se promueve culturalmente.
La psicóloga Soledad Dawson, especialista en Psicología Vincular y directora de la Maestría en Vínculos y Familias de la Universidad Hospital Italiano, explica que no disfrutar la Nochebuena no implica un problema psicológico en sí mismo. “Puede estar asociado a recuerdos, experiencias o tradiciones familiares que no fueron positivas. La Nochebuena está muy ligada a la idea de familia, y eso despierta emociones intensas”, señala.
Situaciones como conflictos familiares, la imposibilidad de reunirse, la ausencia de seres queridos, enfermedades, duelos recientes o incluso trabajos que impiden celebrar —como ocurre con personal médico, bomberos o policías— pueden transformar la fecha en una experiencia de aislamiento. En esos casos, la alegría ajena puede vivirse como un recordatorio doloroso de lo que falta.
Desde la psiquiatría, Patricia O’Donnell, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina, compara este rechazo con figuras culturales como el Grinch o Ebenezer Scrooge. Ambos personajes encarnan el rechazo a la Navidad porque esta reactiva carencias profundas: afecto, pertenencia, vínculos y heridas del pasado. “La imagen de una Navidad rebosante de felicidad puede intensificar sentimientos de envidia, exclusión y soledad”, advierte.
La psicología identifica incluso algunos cuadros emocionales recurrentes en estas fechas. El llamado síndrome de Grinch se manifiesta con ansiedad, irritabilidad o tristeza frente a las fiestas. El síndrome de la silla vacía aparece cuando la ausencia de un ser querido se vuelve más evidente durante las celebraciones. Y el síndrome del villancico surge cuando la persona entra en conflicto consigo misma por no conectar con el supuesto “espíritu navideño”.
La licenciada Ana Hulka, del Hospital Italiano, agrega que diciembre no solo activa recuerdos dolorosos por pérdidas humanas, sino también por cambios vitales: hijos que ya no viven en casa, tradiciones que desaparecieron o vínculos que se transformaron. Todo ello puede generar nostalgia y una sensación de cierre cargada emocionalmente.
Ante este escenario, las y los especialistas recomiendan no forzar estados de ánimo, reconocer lo que se siente sin culpa y flexibilizar expectativas. Comunicar límites, adaptar celebraciones a las posibilidades reales y permitir la nostalgia son pasos clave para cuidar la salud emocional. También subrayan la importancia de que quienes disfrutan las fiestas sean empáticos y atentos con quienes atraviesan estas fechas de forma distinta.
Para quienes definitivamente no disfrutan la Navidad, Dawson propone alternativas válidas: viajar, organizar planes con amistades afines, participar en actividades solidarias o simplemente pasar el día de manera tranquila y personal. “No se trata de aislarse, sino de elegir cómo transitar estas fechas sin lastimarse a uno mismo ni al entorno”, concluye.
La psicología es clara: no amar la Navidad no te hace insensible ni extraño. A veces, simplemente es una forma honesta de escuchar lo que duele y priorizar el bienestar emocional en medio del ruido festivo.