febrero 7, 2025

Redacción / Quintana Roo Ahora

En el fascinante universo del poder público en México, donde la meritocracia es una quimera y la lógica un intruso, el Consejo de la Judicatura Federal ha revelado una lista de aspirantes al cargo de jueces y magistrados que es un verdadero desfile de talentos cuestionables. Porque ¿quién necesita estudios, experiencia o ética cuando se tiene el respaldo político adecuado?

Primero, demos la bienvenida a Octavio Asencio Fernández, la sombra del todopoderoso Heyden Cebada Rivas. Señalado de tráfico de influencias, parece que para él la justicia es más un negocio que un ideal. A su lado, Héctor Hernán Pérez Rivero, quien pasó de regidor a abogado especialista en «chicanerías», con un toque maestro: poner a sus empleados en nómina pública. Todo un innovador en gestión de recursos humanos.

El desfile continúa con Jesús Antonio Villalobos Carrillo, un hombre que ha ido escalando posiciones gracias a su habilidad para cambiar de lealtades según el viento político. Y no olvidemos a Patricio de la Peña Ruiz de Chávez, cuya carrera incluye investigaciones por despojos de alta plusvalía, pero que, al parecer, tiene un currículum “perfecto” para garantizar justicia imparcial.

La lista no se queda atrás en diversidad: está Ricardo Israel Hernández Montiel, experto en baches y pipas, y ahora listo para llenar los vacíos legales. También tenemos a María Guadalupe Chan Flores, una «consejera ciudadana» muy cercana al círculo íntimo del poder judicial, porque, claro, la imparcialidad siempre va de la mano con la camaradería política.

El colofón es para los «aspirantes magistrados». Aquí encontramos nombres como el de Landy Beatriz Blanco Lizama, conocida por su tacto inexistente con las víctimas, y Judith Rodríguez Villanueva, acusada de ajustar leyes para su beneficio. ¿Qué mejor manera de administrar justicia que asegurándose de que las reglas siempre se ajusten a las necesidades personales?

En un país donde los baches se transforman en senderos de gloria y las amistades políticas pesan más que los méritos, esta lista es una oda al absurdo. Mientras tanto, los ciudadanos sólo pueden observar atónitos cómo el sistema judicial se convierte en un teatro tragicómico, donde los actores parecen competir por quién es el menos idóneo para el papel.

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