Paso En Falso
En Mazatlán, bajo las luces de un puerto que no escatima en romance, Eugenio “Gino” Segura y su flamante esposa, Lucía Lizárraga, juraron amor eterno en lo que debería haber sido un cuento de hadas. Pero, como buen clásico mexicano, el guion dio un giro: lo que pudo ser una boda íntima y significativa se transformó en un espectáculo digno de un reality show. Entre la decoración de revista, los banquetes para un ejército y un desfile de invitados que bien podría haber sido una cumbre política, una pregunta incomodó a todos los presentes y ausentes: ¿de dónde salió tanto dinero?
Es curioso cómo los senadores en México, con su salario de $105 mil pesos mensuales, parecen tener la capacidad mágica de estirar el presupuesto más que cualquier economista. Porque, seamos sinceros, organizar una boda con semejantes lujos requiere mucho más que “administrarse bien”. Claro, siempre existe la posibilidad de que Gino sea un as del ahorro o que, en su tiempo libre, domine el arte de las inversiones millonarias. Pero en un país donde los excesos políticos son tan comunes como los memes, el ciudadano promedio no puede evitar levantar la ceja y pensar: “¿Y si este amor lo pagamos todos?”.
Hasta ahora, el senador y su equipo han decidido abrazar el silencio, quizás esperando que las críticas se diluyan como espuma de mar, aunque claro vendieron la boda a una revista… Mientras tanto, la opinión pública se divide entre los que suspiran por el glamour y los que vomitan ante el descaro. Eso sí, el timing no podría ser peor: en un México donde la inflación ahorca y las carencias se multiplican, la opulencia de esta boda suena como una bofetada dada con un guante de diseñador.
Quizá Eugenio Segura creyó que los fuegos artificiales y la champaña borrarían cualquier sospecha, pero este evento no quedará en el olvido fácilmente. La pregunta no es si usó dinero público —aún no hay pruebas, claro—, sino por qué la clase política sigue pensando que el lujo y la desconexión no les pasarán factura. Al final del día, más allá del “sí, acepto”, lo único que aceptamos los ciudadanos es que el espectáculo político nunca deja de sorprendernos, aunque siempre sea a costa nuestra.
