septiembre 29, 2025

Cancún.- Otra historia de indignación que nos recuerda en qué clase de absurdo estamos viviendo. Un joven repartidor de comida en Cancún, que como miles trabaja de sol a sol para ganarse la vida, fue víctima del robo de su celular mientras dejaba un pedido en la Región 100. Por un descuido lo dejó en su motocicleta y al regresar, como por arte de magia… ya no estaba.

Gracias al GPS y a la solidaridad de sus compañeros repartidores, logró rastrear el dispositivo hasta una casa ubicada a un par de cuadras de la avenida José López Portillo. Hasta ahí, todo indica que las cosas podrían resolverse. Llamaron a la policía municipal y, con la ubicación precisa y hasta un video de seguridad donde se ve al ladrón huyendo, uno pensaría que la autoridad actuaría. ¿Pero qué pasó?

Nada.

Los policías llegaron, se asomó un joven desde la casa, negó todo (como si fuera tan fácil), y con eso bastó. A pesar de tener pruebas visuales, ubicación exacta y al presunto ladrón en su cara, los agentes dijeron que no podían hacer nada. Que no podían entrar, que no podían exigirle entregar el celular, que lo mejor era “ir a la Fiscalía a denunciar”.

¿En serio? ¿Ese es el protocolo? ¿Esperar que el delincuente tenga la decencia de salir voluntariamente y devolver lo que robó?

Entonces, ¿para qué está la policía? ¿Para llegar, mirar y recomendar trámites?

El repartidor no pedía justicia divina, solo quería recuperar su herramienta de trabajo. Pero lo que encontró fue la impotencia institucionalizada. Mientras tanto, el tipo que robó sigue en casa, probablemente revisando el celular ajeno, y con toda la certeza de que nadie lo tocará.

Así se vive en Cancún. Roban en tu cara, puedes probarlo… y aún así el ladrón te gana.

Y luego nos preguntamos por qué la gente deja de confiar en las autoridades.

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