El asesinato del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, ocurrido en plena vía pública y a la vista de todos, es otro doloroso recordatorio del riesgo de luchar por los ideales en el México contemporáneo.
Una bala más se lleva consigo no solo a un servidor público, sino a una esperanza de transformación y de servicio a la comunidad.
En medio de la indignación y el luto, la sociedad se pregunta si realmente estamos perdiendo el México de quienes arriesgan todo por el bien común.
Parece que cada nuevo crimen violento contra un funcionario representa el retroceso de la vida democrática; él era independiente.
Además, implica el desaliento a la participación ciudadana y el avance del miedo.
Años atrás, la política era vista como la vía para alcanzar los sueños colectivos y disputar el país con ideales, no con armas.
Hoy, la violencia busca imponerse como interlocutora y decide con brutalidad quién puede y quién no puede servir.
Pero ante la tragedia, el país debe mirar hacia adentro y preguntarse cómo podemos recobrar ese México que se forja en la suma de pequeños actos de valentía y compromiso. Carlos Manzo representaba esas ganas de creer y trabajar por un mejor municipio, por un estado menos lastimado.
Su muerte no puede ni debe normalizarse; debe encender una reflexión colectiva sobre los retos que enfrentamos y lo imprescindible que es no claudicar frente al temor.
El México que estamos perdiendo es el México que aún queremos recuperar: uno donde la política vuelva a ser el lugar para la lucha de ideas, no para la lucha de balas.
Que su nombre no se sume al olvido ni a la estadística, sino que despierte la conciencia de un país que, pese a todo, no debe rendirse.
