
En el teatro de la política mexicana, cada elección trae consigo su propio elenco de dramas, comedias y, por supuesto, intrigas. En esta ocasión, el escenario se ilumina con la figura de Jesús Pool Moo, candidato de Movimiento Ciudadano a la presidencia municipal de Benito Juárez.
Sin embargo, tras la cortina de su retórica triunfalista, se esconde una trama digna de las más retorcidas telenovelas.
Pool Moo levanta su voz con la indignación de quien asegura haber sido despojado de una victoria hace tres años por oscuros acuerdos políticos. Pero, ¿qué credibilidad puede otorgarse a un individuo que ahora parece haber tejido sus propios acuerdos?
Los murmullos en los pasillos de los medios de comunicación no dejan lugar a dudas: él mismo ha pactado su participación en esta contienda, asegurando un hueso en el festín político, una regiduría…
El candidato se jacta de ser un «triunfador» en todas sus contiendas electorales, salvo en aquella en la que clama haber sido víctima de maquinaciones ajenas. Pero en el turbio mundo de la política, las apariencias suelen ser engañosas. ¿Es realmente un hombre del pueblo, como él mismo se proclama, o simplemente un lobo con piel de cordero, ávido de poder y dispuesto a cualquier juego sucio para obtenerlo?
Pool Moo confía en que esta vez la victoria le sonría, apelando al supuesto conocimiento que los cancunenses tendrían de su supuesta lealtad. Sin embargo, su credibilidad se desvanece aún más cuando se revelan las puñaladas que ha asestado a sus propios compañeros de partido. ¿Cómo puede un líder aspirar a representar a su comunidad cuando es incapaz de mantener la lealtad incluso entre los suyos? Pues se dice, clavó el puñal en la espalda del “Diamante Negro”, Roberto Palazuelos, bloqueándolo en los medios.
El caso de Jesús Pool Moo nos invita a reflexionar sobre la verdadera naturaleza de la política mexicana, donde las traiciones y los pactos oscuros parecen ser moneda corriente. En un sistema donde la confianza es un bien escaso, es responsabilidad de los ciudadanos mirar más allá de las máscaras y exigir transparencia y honestidad a aquellos que buscan gobernar. La democracia merece algo más que meras actuaciones teatrales; merece autenticidad y compromiso real con el bienestar común.